6.3.08

PRE - JUICIOS QUE NUBLAN EL JUICIO

En campaña electoral cualquier promesa es posible. ¿Se imaginan ustedes a un candidato que concurra a los comicios afirmando que, de ser elegido, suspendería la Ley de la Gravitación Universal en su territorio? Dirían quizás, no sin razón, que dicho personaje habría perdido el norte. Pues bien, ese candidato existe y sus electores están orgullosos de escuchar promesas tan rotundas, y lo votan por ello.
Un político de notable desparpajo y de fácil y tranquila sonrisa afirmó ayer en el debate de TV1 que, mientras su partido gobernase, el catalán no se hablaría en Valencia. Por más que algunos de sus compañeros de debate se esforzasen en recordarle que no estaba en sus manos cosa tal, él siguió con sonrisa irónicamente displicente afirmando qué así sería, seguro de que su promesa le suponía un buen puñado de votos.
He vivido algunos años en el País Valenciano y he comprobado que la lengua aprendida allí sirve para comunicarse sin problemas en Cataluña; quizás ocurra como con ese abejorro que, contradiciendo todas las leyes de la física, vuela.
Nadie duda hoy en la comunidad científica de que la lengua hablada en Valencia, Girona y las Islas Baleares es la misma en tres variedades diferentes. No obstante, que el valenciano sea una variedad de catalán no quiere decir que Valencia sea Cataluña Sur ni que forzosamente Els Països Catalans sea una unidad de destino en lo universal, esa es, esa sí, una decisión política.
En el interior de una lengua existen múltiples diferencias debidas a factores muy diversos: factores geográficos, sociológicos y de situación comunicativa configuran variedades internas de la lengua, sin que esas diferencias autoricen a hablar de lenguas distintas. Nadie afirmaría hoy que en Santander y en Argentina no se habla la misma lengua, aunque todo el mundo es consciente de que existen diferencias evidentes.
Ante las diferencias que se dan en el interior de una lengua se pueden adoptar dos actitudes contrapuestas: minimizarlas y asumirlas, o exagerarlas como elemento distintivo. La primera actitud es la más conveniente para asegurar la comunicación. La segunda podría llevar a inventarse incluso una lengua nueva a base de escoger lo que diferencia y no lo que une. Resulta paradójico que políticos que consideran una enorme riqueza el poder integrador del castellano como instrumento común de comunicación se lo nieguen al catalán y al portugués.
Al que escribe le parece evidente que al norte y al sur del Miño se habla la misma lengua. Se pueden exagerar las diferencias o asumirlas como internas. No me cabe la menor duda de que el destino del gallego dentro de la comunidad lingüística que engloba a Portugal y a Brasil sería más prometedor que el que le espera en su aislamiento numantino empecinado. Además a los gallegos nos iría mejor: el espacio comunicativo se llenaría de aire fresco y dejaríamos de ver enemigos por todas partes. Ya no tendría tanto sentido crear espacios libres de castellano , el gallego ya no correría ningún peligro, su continuidad estaría asegurada. Está claro que no podríamos irrumpir en ese mundo lingüístico, poblado ya por tantos millones de personas, como los reyes del mambo, tendríamos el peso que Galicia tiene, que no es poco. Además, el reconocimiento internacional de la lengua sería automático. ¿Se imaginan ustedes que hablaríamos dos de las lenguas más importantes del mundo? ¿Por qué n o soñar, si la realidad se parece tanto al sueño?

Manuel Fernández Vázquez

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